No puedo con ellos, lo siento

Comparte

Hablábamos el otro día sobre estos intelectuales que nos desbordan con sus paranoias, sus textos indescifrables, su prosa tan cuidada y elitista. Me aburren como una ostra. Se sitúan tan por encima y brillan de tal manera que si los miras te estallan las pupilas. Después son todos unos vendidos, y vagos de cojones.

Tengo un buen amigo de facultad que ahora es profesor de Historia  (de los buenos) en Villablino, una población en declive como la minería. Muchas veces coincidimos, hablamos, recordamos viejas historias y sobre todo, nos reímos de estos intelectuales de provincias.

Una de las preguntas que nos hacemos es de que viven y como se lo montan tan bien. Mi colega, que es funcionario pero no tonto me “guiña el ojo” y dice, “¿Tú qué crees?, son como los curas, se les da muy bien dar sermones sobre el infinito, la belleza de esa hoja que cambia de tonalidad en otoño, la penuria de la existencia… Chorradas. Al final siempre acabamos con una copa de más hablando sobre la escritura jeroglífica de los egipcios, la puta revolución francesa o la inquietante dependencia de Freud con la cocaína. En ocasiones se nos va un poco la cabeza y recitamos a Joyce,  -¡Ay, pobre e infeliz chucho apaleado! dijo con voz amable. Tengo que darte una camisa y unos cuantos moqueros. ¿Qué tal los calzones de segunda mano? -No me quedan mal, contestó Stephen.    

La verdad es que nos lo pasamos muy bien cada vez que nos vemos aunque otros no nos puedan ni ver. Mi colega es un intelectual pero de los del “arado”. Allí donde estos intelectuales ven un “sacro campo donde las espigas relucen en todo su esplendor”, él ve un par de hectáreas que posiblemente, si no llueve, acabaran devastadas por el calor del verano. También ve un pequeño libro de bolsillo sobre la mesa carcomida de madera en la única sombra del sembrado, “Moby Dick​ “en la meseta castellana. Herman Melville nunca estuvo en Castilla la Vieja pero tiene aceptación entre los trabajadores del campo, campesinos.

No puedo con ellos, lo siento. Es a lo que íbamos. Pienso que existe algún tipo de frustración personal en todo ello, ojo, todos tenemos las propias. Existe algo dentro de esos malabarismos semánticos y poéticos fruto del déficit emocional, o de exceso, quien sabe.  Son tan interesantes que rara vez expresan sus sentimientos normalmente, siempre tienen que ser por medio de la mímica, la palabra incompresible, la superioridad del que se siente, pues eso, superior.

Las florituras, va ser eso. O esta gente llega muy lejos, o los demás somos motas de polvo en su universo indescifrable. También pienso, pensamos el profe y yo, que detrás de todo esto hay mucho negocio, “Tú tienes que hacerte el interesante, ya sabes, la voz que se convierte en poesía y la nada como último fin”, se descojona el cabrón,” y rellena un formulario de esos a ver si te dan una ayuda, a mi me la dan todos los meses a fin de mes». Más risas.

No, si al final de tanto indagar en la existencia nos vamos a convertir todos en poetas, malos, pero poetas.