El hombre del oeste. Sin perdón

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Se podría decir que este es un filme del hombre del Oeste. No hay ni un solo personaje en esta película de Clint Eastwood que no aprenda algo de la vida de manera trágica. Y por eso “Sin perdón” marco un antes y un después en el género cinematográfico llamado “western”.

La historia se basa en un hombre libre que lucha con sus propios demonios y con la violencia ciega de otros perdidos como él. Si hay una diferencia clara de esta película del oeste con las demás es como se trata la violencia. Aquí nadie muere de manera gratuita, si se mata a alguien –algo que no es tan sencillo- ello tendrá sus propias consecuencias.

Desde “Las  aventuras de Jeremías Johnson” – de Sídney Pollack hasta “Grupo salvaje”, dirigida por Sam Peckinpah, ningún filme se había acercado tanto al desmitificamiento  del genero western. Si en la primera hay cierto olor ecologista rodeado de paisajes impresionantes, Sam Peckinpah nos deslumbra con unos perdedores insatisfechos sumidos en la estética sádica de su director.   

Eastwood sabe que la violencia ya estaba presente en el guión así como todas sus repercusiones. El director- y actor- filma con su estilo inconfundible unas imágenes que sacan a relucir la carencia de la justicia en esos tiempos demasiado idealizados por antiguos directores como John Ford, Anthony Mann o Howard Hawks.

En una de las numerosas entrevistas Eastwood dice al respecto “Sin perdón es sencillamente una película tormentosa”. Todos sus personajes tienen algo que les atormenta: el sheriff Little Bill Daggett interpretado magistralmente por Gene Hackman-, su amigo negro ya retirado Morgan Freeman, el atípico ingles cazador de recompensas Richard Harris, el joven cegato (Jaimz Woolvett,) que permanece atónito ante la trasformación de William Will (Clint Eastwood) en la persona que fue en un pasado, la prostituta marcada doblemente por la vida Anna Levine. Aquí nada se trata de manera infantil, es un desafío lleno de personas que no son nada corrientes aunque lo intenten en una vida de la que siempre estamos pagando nuestros crímenes y pecados.

Destrucción y autodestrucción de tanto talento del oeste clásico”donde las cosas no suceden tan fácilmente, los disparos no son precisos y las armas no siempre funcionan a la primera”. Se trata de acercarse a la verdad lo mejor posible. Por un lado, un periodista que trata de plasmar ese viejo mito del oeste, y el por otro la historia real que vive en un pueblo alejado de la civilización que contradice completamente ese mito. En esta película todo el mundo cambia a medida que se desarrolla el relato, es un perfecto reflejo de los que nos pasa a cada uno de nosotros en la vida: aprendemos lecciones dejando siempre heridas en el pasado.

En esta película los malos ya no son los de siempre. Todo se mezcla con mucha parsimonia. William Will no deja de ser un asesino que deja atrás a sus hijos por ganar unos dólares, Little Bill construye su cabaña como un pequeño rey rodeado de una falsa y ruin existencia. De English Bob solo queda un recuerdo de su malvada e interesada puntería. Todo se resume en una venganza de hombres involucrados en la herida que otros hombres hicieron a una prostituta, una mujer dentro del laberinto de la propia vida que asume un trabajo que no desea pero que debido a su fragilidad, por el hecho de ser mujer, ejerce y le lleva a publicar una recompensa para hacer justicia donde la ley no se la ofrece.

Al final en esta película nadie gana, incluso todos pierden, ya sea su propia vida…o algo de sí mismos. Si utilizamos la violencia como hilo constructor de la historia, este filme lo refleja en su totalidad. Como espectadores podemos reflexionar sobre errores que no debemos cometer, al final nos pasaran factura y nunca seremos individuos libres. Un clásico de verdad para ver una y otra vez.

Ángel Fernández.