La falta de cultura no es el camino

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En este nuevo orden mundial que se avecina la cultura debería tener más importancia que en ningún otro momento de la historia. Y no hablo solo de la  “cultura”  de una elite intelectual.

Si algo podemos reconsiderar de la situación que estamos viviendo es que somos nosotros mismos los únicos que podemos canalizar esa sensación de incertidumbre que ahonda en nuestros sentimientos. Otras generaciones pasaron por dificultades mayores que las nuestras y si hubo algo característico en todas ellas fue la falta de cultura. Cuando lees a menudo y cultivas tu inquietud de saber desarrollas un sentido más crítico, eres menos manejable y tus ratos de ocio con los que te rodean son mucho más interesantes y constructivos.

¿De qué nos vale ir asumiendo las distintas fases de “desescalada” (rebajar el estado de alarma) donde vamos recuperando la normalidad del pasado si seguimos siendo las mismas personas vulgares y anodinas que antes? Ya no se trata de resultar interesante y más listo que los demás, lo que la pequeña cultura de cada uno tiene que sumar es a la postre lo que definirá el nuevo orden mundial.

La historia nos ha enseñado que el poder impone sus valores sin consultarle a nadie, sin pedirle permiso a nadie. Contra el poder no se lucha con banderas o insignias, es más, quien utiliza estos instrumentos no hace más que querer imponer sus ideales políticos e intereses económicos. Las personas prudentes utilizan otros medios para manifestar su punto de vista, y eso es irremediablemente por medio de la cultura.

En un capitalismo tan injusto como en el que no movemos discernir nuestras conversaciones en pragmatismo  económico no es un buen camino. Cierto que tiene que haber una lucha dialéctica sobre la desigualdad o situación laboral de cada uno de nosotros. Tan cierto como que esa dialéctica tiene que ser guiada hacia puntos de encuentro.

Detrás de “La noche de los cristales rotos” no solo había una persecución de todo lo que oliese a judío. Existía un trasfondo ultranacionalista en un entorno claro de dificultades económicas.

 Adolf Hitler era un orador excepcional con una cultura muy limitada.  En “Mein Kampf”, un bodrio literario en toda regla, ya alentaba de lo que para él significaba la cultura y la educación.

Sobre la educación: Para mejorar la raza aria, hay que aumentar a un mínimo dos horas diarias la educación física de los escolares. Hay que promover el boxeo: “No existe deporte alguno que fomente como éste el espíritu de ataque y la facultad de rápida decisión”. Y las demás materias, salvo el adoctrinamiento ideológico, le interesan poco. Apuesta textualmente por “sintetizar la enseñanza intelectual reduciéndola a lo esencial”.

Sobre la cultura: Detesta las tendencias artísticas de principios de siglo: cubismo, dadaísmo y futurismo. “Es un deber de las autoridades prohibir que el pueblo caiga bajo la influencia de tales locuras. Un tan deplorable estado de cosas debería un día recibir un golpe fatal, decisivo”. Así que fija como objetivo perseguir “todas las tendencias artísticas y literarias pertenecientes a un género capaz de contribuir a la disgregación de nuestra vida como nación”.

Las consecuencias de esta línea ideológica llevo a Europa y a parte del Mundo al desastre.  

Para individuos como este las conversaciones se convierten en un monologo de escaso interés salvo que la situación económica sea adversa para los contertulios. En este caso se trataba de una nación en su totalidad. Todo rasgo de cordura fue eliminado brutalmente, los libros ardieron en las hogueras y los referentes más elementales de humanidad desaparecieron durante varios años. Siempre se ha dicho que la historia tiende a repetirse. De las consecuencias de este desastre, “el pintor frustrado” no fue el único responsable. La mayor parte de la sociedad alemana se dejo embaucar por este farsante, sus adversarios políticos en otros países preferían jugar al cricket  que elaborar debates sobre el peligro que se les venía encima. Las altas cúpulas intelectuales se dejaron sobornar por la atracción del discurso y la simpleza de sus símbolos. Al este, se imponía la hoz y el martillo.    

Oír en los últimos días que la cultura es lo menos importante en la situación que estamos pasando en este momento da mucho que pensar. Posiblemente muchas de estas personas ven por la noche películas en sus casas, un trabajo de guionistas, escenógrafos, directores de fotografía, actores, músicos,.. Otros muchos habrán leído libros que no han salido de la nada sino de la mente de escritores que pueden estar pasando las mismas penurias que los demás ciudadanos. Pocas voces ponen en duda esos test sucesivos a jugadores de futbol para que el circo comience de nuevo su sesión. Es mejor criticar las ayudas a la cultura y celebrar con banderas ondeando al viento las victorias de la selección nacional. Son palabras que se han repetido con demasiada frecuencia donde se demuestra que aquí nada se rige por la razón.

Puede que dentro del mundo de la cultura exista mucho “Hippy” millonario. Es probable. Son muchos los culturetas que solo piensan en tocar a las chicas (y chicos), ponerse hasta el culo de cualquier sustancia y demostrar su mínimo ingenio a toda hora. También están los que para ellos la cultura es “ellos”. Los hay que hasta venden su alma al diablo. Eso no es cultura, esos son protagonistas de la cultura en su peor manifestación. Solo hay que ver como la filosofía y la ética  ha dejado de existir sistemáticamente en los círculos culturales donde se mueven este tipo de personas.

Lo que a los ciudadanos normales nos toca es otro tipo de cultura, tan rica en sustancia como la de los anteriores mencionados. No se trata de “comerse el coco” como tradicionalmente se dice del que pide algo más en su interacción con los demás. Es algo más básico como el saber escuchar, tratar temas interesantes desde el respeto y aprendizaje. No hay que tener un campo léxico muy amplio ni demostrar ser muy inteligente, quizá todo lo contrario. Con poder mantener conversaciones fluidas sobre nuestra derrota ya es suficiente.

Si hay que perder el tiempo en conversaciones insustanciales y cosas que no se quiere hacer, mejor el confinamiento.

Ángel Fernández, en Invernalia, Mayo de 2020.