¿Qué le pasa a África?

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Como siempre la palabra es miedo. Desde siempre se ha mirado a África con ingenuidad, especialmente cuando hablamos de política. Tratar de imponer sistemas democráticos en países desarmados por hambrunas y guerras civiles solo pueden ser pensamientos de personas muy mal informadas. Hay ingenuidades que crean más daño que el que quieren evitar.

Los países occidentales han cubierto etapas que la mayor parte de los países africanos no han pasado ni de cerca. Cuando hablamos de salud, educación y derechos humanos aplicados al continente africano lo hacemos desde nuestra perspectiva occidental. La seguridad de que tus hijos salgan adelante es una quimera. Nos agobia ver todas esas pateras arribando a las costas españolas mientras por la puerta trasera de África nuestras multinacionales hacen negocios redondos, utilizando como comodines a políticos corruptos y genocidas. La seguridad de poder ir por la calle sin que te atraquen o asesinen no existe en muchos de estos países.

Si hay una particularidad que define a nuestros lejanos vecinos del sur es la poca valoración que se da del individualismo. No nos damos cuenta que la sociedad africana se basa en usos tribales, la única seguridad real de sus habitantes. Esta forma de entender la vida crea redes sociales que les ayudan a combatir sequias, hambrunas y, ahora mismo, epidemias.

Cuando desde organismos internacionales, llámese ONU, OMS u otra cualquiera, se incentiva la creación de partidos improvisados – en la mayoría formados por los personajes más corruptos del sistema- lo que se consigue finalmente son verdaderas carnicerías. Cuando en Europa se tiende a la participación, la sociedad africana incentiva la pertenencia como etnia, a no ser que cualquier país occidental meta mano en sus recursos, lo que trágicamente deriva en un sistema injusto y bañado de sangre.

Cuando hablamos de inmigración deberíamos pensar que la mejor manera de ayudar a todas estas personas que buscan un futuro digno es la de integrar –no absorber- a todo el continente en un mundo global. Si el colonialismo, todavía frecuente en África, y las ayudas por medio de ONGs es lo que proponemos, no hay salida para nadie.

Tratar de imponer los principios de competitividad de nuestro mundo desarrollado en un continente al que no se le da voz ni voto en el funcionamiento global del planeta, es enfocar erróneamente la solución al problema. Todos deberíamos aprender más de África, de sus tradiciones, de sus propias identidades, de cómo con poco se puede hacer mucho.

Normalmente solo se habla de África cuando hay muerte, en muy pocas ocasiones se habla de su gran diversidad y la cantidad de recursos que encierran sus territorios. Los gobiernos occidentales, para sacudirse la mala prensa de sus multinacionales, envían ayuda humanitaria y poco más.

Al final, África siempre se queda sola. Para evitar el hambre lo mejor sería dejarla sola de una vez. África es mucho más que la cuenta corriente de unos malhechores en Suiza. Hay 1.200 millones de personas que consiguen salir adelante al límite de la supervivencia. Si hay algo que necesitan es “RESPETO”. Cuando occidente – y oriente- respeten a África será el momento de que los africanos tomen conciencia de su propio valor. Lo que sucedió en Ruanda fue gracias a franceses y belgas, lo que sucedió en Sudáfrica se lo debemos a holandeses e ingleses, en Eritrea a los italianos, en el Sáhara a los españoles, la lista es interminable.

Como en su momento dijo Salif Keita “África se encuentra en otra dimensión”. Somos tan ciegos que no nos damos cuenta que este continente es una puerta abierta a la esperanza para todos nosotros, seres tecnológicos.      

Ángel Fernández.