Se llamaba Raúl, era hostelero y se quito la vida

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Dueño del bar vallisoletano «Las Torres», se quitó la vida agobiado por una situación que a nadie le importa. Deja a dos hijos de 16 y 11 años, y un montón de deudas.

“A la hostelería la están tratando como a lo peor, no nos están dejando ninguna opción. Y hay mucha gente que está siendo cómplice de esta situación, ellos tienen su sueldo fijo, lo que le pase a los demás les importa una mierda”. Son palabras de su viuda, que todavía no se cree lo sucedido. No esperaba que Raúl perdiera las fuerzas; tenía a sus hijas por las que luchar y unas inmensas ganas de trabajar, que ya se las trae viendo cómo funciona este país.

Cuando alguien se crea que un negocio como la hostelería funciona vendiendo cuatro cafés para llevar es que no sabe en qué mundo vive. Cuando desde la administración aconsejan a los ciudadanos que se queden en casa, mientras te permiten abrir tu negocio para solo pagar los gastos fijos es que las mentes son muy malignas o están muy deterioradas. Si mañana nos dicen que comer carne o pescado, acudir a una farmacia o ferretería, tomar un taxi, entrar en un supermercado,etc.. fuera tan peligroso para contagiarse como dicen que lo es acudiendo a un bar o restaurante, ¿alguien lo haría? Rotundamente no.

Sin embargo, todos estos que nos administran con sus sueldos fijos, ignoran que los impuestos no se interrumpen, que las facturas hay que seguir pagándolas y que todas esas horas muertas mirando al vacio pueden crear problemas irreversibles en la mente de las personas.

En el fondo es todo una gran mentira. Hablan de ayudas que solo se llevan los grandes negocios, hablan de créditos ICO que lo único que crean es más deuda acumulada, hablan de medidas sanitarias cuando los brotes se producen en las fiestas y reuniones privadas, la mayor parte de las muertes en residencias de ancianos gestionadas por fondos buitre, en calles donde el descontrol es total, en falsas terrazas, riadas de personas viendo las luces de navidad.

Ahora te ponen velas Raúl, gente que no tiene ni idea que para ejercer esta profesión hay que tener mucho más que vocación: este es un trabajo en el que te das a los demás para ganarte un jornal sin esperar nada a cambio, en el que haces de psicólogo sin atracar a las personas, en el que siempre estas para lo que haga falta.

Siento vergüenza, no pena. Para la pena no hay espacio, pero si para la indignación.