Japón, hacia un mundo aséptico

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Por Ángel Fernández.

Todo viaje a Japón suele comenzar en Tokio. En mi primer viaje a Japón  este fue mi destino. Había leído mucho sobre la historia de este país, como hasta la mitad del siglo XIX cerró sus fronteras a los avances que llegaban de occidente. Fue la amenaza de una intervención de EEUU  lo que le saco se ese aislamiento feudal.

Después de la segunda guerra mundial, con el sufrimiento que supuso para la sociedad japonesa, Japón inicio un proceso de modernización que le convirtió uno de los países punteros a nivel industrial y tecnológico.  

Hoy en día, la espiritualidad que ha caracterizado siempre a los japoneses se ha trasformado en un mundo totalmente virtual. Distritos de Tokio como Sumida, Kôtô, Shinjuku, Shibuya, Suginami, Akihabara, Ginza, han trasformado a la capital japonesa en un lugar aséptico e impersonal.

   

Las infantilizadas y sumisas chicas de los maid cafés de Tokio, la tecnología puntera, la electrónica dirigida a suplantar el ejercicio de la creatividad cerebral, los manga pornográficos -en una sociedad donde la mayor parte de los jóvenes menores de treinta y cinco años no han tenido relaciones sexuales- , los Hikikomori (se estima que hasta un millón de jóvenes viven encerrados en sus casas, a veces hasta décadas), los pachinko donde pasan horas y horas metiendo absurdamente bolitas de acero por una ranura en medio de un ruido ensordecedor, los cafés donde te alquilan un gato para acariciarlo durante unos minutos, han convertido a Japón en un lugar donde falta una comunicación real entre la gente. En el fondo utilizan todos estos instrumentos para falsear una intimidad que satisface sus necesidades individuales surgidas de un ambiente urbano de estrés y aislamiento.

Japón también te puede cautivar si viajas a la isla de Okinawa, si te sumerges en la antigua Kioto, la isla de Hokkaido, las  casas de té en Tokio, Osaka, Fukuoka, si descubres la nueva Hiroshima sin ningún tipo de rencor, incluso cuando te pierdes por Golden Gai, un pequeño laberinto de callejones estrechos con diminutos bares en un extremo de Kabukicho, en la zona de Shinjuku. Japón te ofrece en muchas ocasiones las dos caras de la moneda.

Hay un texto apasionante sobre este país, “‘El crisantemo y la espada: patrones de la cultura japonesa’. En él se describe la cultura japonesa durante la segunda guerra mundial: extrema cortesía, el gran sentido del honor, las imponentes reglas morales, y algo muy especial, la devoción sobre lo efímero.

Una de las bases del sintoísmo – religión mas extendida en Japón-  es esto, la devoción por lo efímero, un código de valores prácticos que ha moldeado sus comportamientos y determinado su forma de pensar. De hecho fue considerada esta religión como “religión de estado”.  

Sin embargo, en medio de este océano de paz que parece ser Japón se refleja un adelanto de lo que pueda ser la renombrada “nueva realidad” de la que tanto se habla hoy en día.

Hay una cosa muy clara: el ser humano se adapta a los dictados de las circunstancias si en ello está en juego su supervivencia, su vida.

Sí algo ha caracterizado a un país como el nuestro es su vida social, las charlas de bar, las cenas de amigos, las juergas nocturnas, la buena vecindad, el sol durante el día, las noches compartidas bajo la luna llena. Todas estas cosas definen nuestra cultura, nuestra forma de vivir. Sería un error del que nos arrepentiríamos durante generaciones no seguir siendo los mismos por un virus elaborado (o escapado) para someternos a una dictadura virtual que se enfoca a renunciar de nuestra esencia. Y esto vale tanto para europeos, africanos, americanos,..y  por supuesto, asiáticos.