Las cosas sin cosa

Comparte

Continuamente estamos matando la realidad-real y la estamos sustituyendo por la realidad virtual, las cosas sin cosa: “el azúcar sin calorías, la sal sin sodio, los abrazos sin brazos, las caricias sin manos, la guerra sin enemigo, el sexo sin contacto, el mundo sin mundo, y así hasta el infinito.

Dentro de esta tendencia a buscar más la forma que a disfrutar de la esencia nuestros gustos solo difieren en el grado de frustración por alcanzar lo que ya no es factible. Un nuevo pensamiento se ha apoderado de nuestras mentes: la moda de la vida sana. Pero de repente todo se ha derrumbado de un plumazo; nuestra vida sana se ha infectado como se infecta el mundo del arte cuando se deja en manos de especuladores y políticos de mente estrecha.

Nuestro fetichismo ha pasado a formar parte del pasado. Ahora toca apartar todo lo que moleste y se considere innecesario, y sustituirlo por un pragmatismo lógico en una sociedad muerta de miedo. Da igual que el plato sea agridulce y el veneno recorra tus venas: la metadona aséptica va a formar parte del genocidio de los pobres, y de los no tan pobres.  

Nadie es inocente en este juego ya no juego. El desprecio por las reglas ya no es solo es un síntoma del mundo político sino también de todos los ciudadanos. Ya nadie está interesado por sus derechos ni por sus deberes. Sólo interesan los privilegios: yo te doy algo a cambio de otra cosa.

 Ahora la cosa es insustancial, ha perdido sus propiedades originales y se ha convertido en una simple moneda de cambio entre personas que no se fían unas de otras. Cuando esto sucede el conflicto es inevitable. La pérdida de memoria colectiva ha permitido la entrada en nuestras vidas del discurso más rancio y de la rehabilitación de fantasmas que se suponían ya enterrados.

Igual que las cosas han perdido su sustancia, la ciudadanía en general cae en la indiferencia, cosa por otra parte muy española. Sin proyectos, con nubarrones en el presente-futuro, con personas que ya son más telespectadores que seres pensantes, todo se permite: desde el insulto a la vulgaridad, desde la falta de respeto a la falta de solidaridad. Aquí ya nadie es inocente. Es como el que va al cine a ver una mala película: es culpable por sí mismo; el que emite un voto equivocado no puede culpar al prójimo. Los que deciden mezclarse en una marabunta de gente no pueden culpar al que es precavido y procura estar con su núcleo de gente. Los que incitan a la gente a mezclarse en esa marabunta son los menos inocentes. Se trata de un sentido común que parece que ha desaparecido como el sodio en la sal.

El director italiano Nanni Moretti lo describe perfectamente en su película La Cosa. Narra la trasformación del PCI (Partido Comunista Italiano) en una cosa que no se sabe muy bien qué es. Sin ser una crítica, el discurso narrativo del director describe a la perfección el proceso de trasformación de una cosa que va del entusiasmo a la decepción en cuestión de poco tiempo.

No siendo de modo alguno optimista vamos a dar una tregua a este momento de moral al uso por las circunstancias que toca vivir. Ya se sabe, que cuando uno pretende tener una nueva moral,… quien sabe, puede que el desastre sea total.  

Nota: la imagen que encabeza este articulo no tiene nada que ver con lo escrito, igual que las cosas de ahora con las de antes.