El sufrimiento olvidado de los hombres

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La aparición del movimiento feminista sirvió, entre otras cosas, para descolocar a los hombres. Más allá de las virulencias propias del machismo, no ha existido en ningún momento un estudio que nos acerque al verdadero sufrimiento de la “masculinidad”.

Mucho se reivindica en la actualidad la esencia del género femenino, que ciertamente ha estado discriminado permanentemente en la historia de la humanidad. Sin embargo, el sufrimiento de los varones aparece apartado completamente de la actualidad mediática. Y es que los hombres sufren, y mucho.

Desde siempre se le ha inculcado al varón el sufrimiento para alcanzar la masculinidad. Cualquier hombre sabe que los valores heredaros del pasado están completamente obsoletos. La imagen del hombre hecho y derecho, del duro, del verdadero hombre, que le trataron de inculcar, no funcionan en la vida real, ni en la de él mismo.

No se trata de volver al hombre contra la mujer, ni viceversa. Y mucho menos situarlo en un lugar predominante. La intención es hablar de valores emocionales que intrínsecamente han estado escondidos en el lado oscuro del hombre durante siglos, de cómo la herencia genética ha influido en su comportamiento, y por supuesto, de cómo tanto el patriarcado (en muchas ocasiones inexistente) y el matriarcado ha influido en su conducta. Quiero hablar del olvido de los sentimientos de los hombres por parte de la sociedad, de la valentía de aquellos que han podido expresar sus emociones en una simple conversación, en muchas ocasiones entre lágrimas.

En la imagen del hombre siempre se ha estigmatizado su escaso espacio receptivo, su generosidad en lo íntimo. Si la masculinidad ha significado continuamente en nuestras mentes dureza, ¿Cómo poder descubrir el mal llamado “lado femenino? Los cambios que se han desarrollado en los últimos años han convertido al hombre en un ser más receptivo, pero esto no ha supuesto una respuesta a los múltiples problemas que conlleva una relación con el género femenino, y más si hay hijos en común. Si hay algo muy claro es que nunca hay que subestimar la típica posesividad que las madres ejercen sobre sus hijos, por no mencionar la típica posesividad que ejercen los padres sobre sus hijas. En muchas ocasiones, las rupturas llevan a límites insoportables, tanto a padres como para hijos. Y en la mayor parte de las veces todos sufren, con la limitación de que el hombre lo hace en silencio y carcomiéndose por dentro.

Por lo tanto ¿qué se puede hacer? ¿es esto lo que queremos? No podemos omitir que muchos hombres tienen la capacidad suficiente para educar a sus hijos y amarlos aunque no vivan en la misma casa. Para esta tarea hay que utilizar la inteligencia y nunca los impulsos. Aprender a separar la psique del cuerpo es una opción muy razonable para no herirse mutuamente.

El hombre distante. Hay una idea que manejan muchos psicólogos sobre el alejamiento del padre y del hijo. En esencia, esta idea desarrolla la teoría de que el padre es un perverso porque nunca está presente. En el fondo se crean intuiciones subconscientes que hacen parecer a ese padre ausente como un estúpido, o algo parecido. Muchos hijos se preguntan si esa privación fue voluntaria, o qué parte no lo fue, y hasta qué punto fueron conscientes de ello. Posiblemente esta situación representa al padre como lo rígido, lo brutal, la insensibilidad, lo irracional. Un ser ambicioso y despiadado. Esa visión con el tiempo se vuelve en una imagen devaluada de su padre que no se corresponde con la realidad, sino con una interpretación que generalmente hacen los que se encuentran en el otro lado de la balanza.

Muchos hombres se preguntan ¿Qué más puedo hacer? Con esto no pretendo decir que todos los hombres son buenos y las mujeres unas víboras. A la larga, cualquier ser humano necesita alejarse de cualquier adoctrinamiento y descubrir por si mismo que es lo que representa cada uno de nosotros. Utilizar la capacidad de gritar no supone dominar, ni tratar a las personas como si fuesen objetos, el modelo del machismo.

Hoy por hoy los hombres sufren. A partir de este punto pueden ocurrir muchas cosas. Si pretendemos vivir nuestras vidas de la manera más civilizada posible hay que pensar en el sufrimiento de los hombres como algo cotidiano. De lo contrario, las heridas que se desarrollan pueden durar en cicatrizar muchos años. Las ausencias, las palizas verbales son heridas, golpes que laceran la autoestima, que contaminan nuestro entusiasmo por seguir luchando, que asolan la confianza, y que dejan marcas negras difíciles de borrar. Todo esto lleva a una degradación que hace mucho daño.  

En la vida competitiva que vivimos actualmente solo encontramos respuestas de ansiedad, de tensión, de soledad, miedo y rivalidad. Y esto compete a ambos sexos. Todo esto amenaza nuestro ego, siempre hay algo malo en nosotros. Por eso tratamos de realizar pequeños ascensos que nos pongan por encima de la otra persona. También elegimos la parálisis, la insensibilidad intencionada para no seguir sufriendo, nada de afecto, ninguna emoción hacia un lado o hacia otro, una vida autómata que nos evite el dolor. Mala solución. Es como si todos nos encontráramos en la sala de urgencias de un hospital esperando a que llegue alguien a solucionarnos una enfermedad que solo nosotros mismos podemos atajar. Para aliviar esto se necesita comprensión, dejar de ver al Hombre Primitivo por un simple muchacho maltratado por la vida y su propia decadencia.

En esta sociedad muchas personas se sienten mal cuando un hombre no “expresa sus sentimientos”, y deducen que están conteniéndose en su insensibilidad. Es posible, también, que el hombre no haga más que protegerse ante la falta de respeto por sus esfuerzos apenas valorados. También es posible que esta aptitud no sea más que el principio de un camino oscuro hacia el aislamiento fuera de todo carácter posesivo, un camino en descenso sin retorno en pos de una paz interior. Al final solo le queda confiar “en gran medida” en los demás. Eso mismo: “en gran medida”.

Todos los hombres viven en el sufrimiento

lo sé como pocos,

bien tomen el camino superior,

bien permanezcan satisfechos en el inferior,

el remero inclinado en su barca

o el tejedor inclinado en su telar…

En muchas ocasiones el sufrimiento significa la dolorosa constatación de caminos que no seguimos, o de los que tomamos equivocadamente.

Lo que está muy claro es que una vez acabada la “batalla” de nuestra insignificante historia, la perdida de la ingenuidad y todo lo que ello conlleva, no podemos seguir luchando con cólera sobre quien tenemos a nuestro lado. Crear heridas incapacita el desarrollo de lo que amamos, cierran las puertas al futuro y aumentan la pasividad de los hombres que sufren-sí- en silencio.  

¿Realmente es eso lo que queremos? ¿Una sociedad de hombres que sufren en silencio?

Ángel Fernández