El reportaje periodístico tiene que tener siempre como objetivo la excelencia informativa, no hacer negocio. Son muchos de los reporteros en zonas de conflicto que aseguran que este tipo de periodismo esta herido de muerte. Una sociedad que se precie de estar bien informada necesita cuidar al enviado especial, al freelance, para que sigan realizando un trabajo que deje al descubierto todas las atrocidades de las que es capaz realizar el ser humano. De lo contrario, corremos el riesgo de pensar que el mundo solo se basa en la “burbuja” que nos hemos creado en este mundo tan lindo del estado de bienestar.
Hay muchas personas inocentes muriendo en el mundo por nuestra forma de vida. Ya sea el petróleo, los minerales, cualquier tipo de recurso natural, son muchos los intereses que los países desarrollados tienen en patio trasero del planeta. Irak, Siria, África, América del Sur, Afganistán, Los Balcanes, Oriente Medio, etc… son el vivo reflejo de esas ansias que tienen muchas multinacionales por dominar el mercado global. Nuestros países invierten ingentes cantidades de dinero en crear ejércitos de adolescentes que se excitan cuando disparan contra civiles desarmados. A esto se le denomina “el orgasmo de matar”.
El negocio del armamento es cada día más alarmante, todo por satisfacer una forma de vida en decadencia. No importa vender armas a países como Arabia Saudí – una autocracia feudalista- si con ello somos capaces de mantener puestos de trabajo en los astilleros de nuestra patria. ¡Que se jodan en Yemen! ¡Que se jodan en Irak! Ese no es nuestro problema.
Muchos reporteros se mueven en ese mundo que nosotros queremos ignorar. Ellos graban esos asesinatos, relatan esas injusticias con proyectiles sobre sus cabezas. Muchos de ellos se sienten sucios por dentro cuando viven esas situaciones pero si no fuera por ellos jamás nos enteraríamos.
En ese mundo de reporteros se mueven muchos tipos de personajes. Desde el cínico al zumbado más atrevido. También fantasmas y temerarios que empañan la labor de los serios y rigurosos. Para poder ejercer este trabajo se necesita mucha sangre fría y poca compasión. El papel de un reportero no es ayudar ni soltar la lágrima fácil, es solo contar lo que está viendo. Todo reportero también tiene sus límites, lo importante es saber sonde se encuentra la diferencia entre reportero y ser humano. Abordar este trabajo con la moralidad y ética establecida en una sociedad “normal” no es un buen camino. El terreno sobre el que se mueven tiene unos puntos de vista muy diferentes a los nuestros, o nuestra sociedad llamada “democrática”.
Cuando hablamos de zonas de guerra no podemos de dejar de pensar que son lugares muy peligrosos poblados de seres humanos muy peligrosos. Uno de los principales principios para moverse en estos lugares es asumir esas premisas. En esos lugares no existen los buenos ni los malos, existen los que sobreviven y los que son sacrificados. En el fondo, esos lugares no dejan de ser un reflejo “brutal” de lo que sucede en todas las sociedades: los débiles siempre sucumben ante la potestad de los violentos, de los que se consideran más fuertes.
Sin embargo, a pesar de conocer esa realidad, los reporteros sienten la necesidad informativa de ir a esos lugares para contar las miserias del ser humano. Da igual las explosiones o los tiros, hay que llegar al lugar y ser un profesional para cubrir de la manera más honesta lo que está sucediendo. Miles de civiles mueren todos los días sin ninguna razón aparente y el silencio impera en los comunicados de los bandos enfrentados. Son los reporteros los que nos muestran la verdad de todo este estercolero, en muchas ocasiones muriendo en el intento. Porque la guerra mata, a amigos, a gente próxima, a otros colegas de profesión.
El mito del reportero de guerra tipo Hemingway a dado paso al periodista incomodo, a la diana que hay que acertar para que nadie cuente lo que está sucediendo en realidad. El reportero ahora es un enemigo más, un elemento hostil en una situación hostil. Y también un gran negocio si se le puede secuestrar.
Una de las cosas que se puede aprender del trabajo de los reporteros es que hay que tener la capacidad para no resignarse, de contar bien las historias que les están sucediendo a esas personas y empalizar con su dolor desarrollando su labor profesionalmente. Estos reporteros tienden a apartar lo que no aporta nada para poder construir una base sobre la que se asiente la realidad de las brutales diferencias que existen en este mundo con el fin de que las cosas cambien, llevar a la práctica un sentido de la justicia en un mundo tremendamente injusto.
Un buen reportero tiene que tratar de comprender, por mal que nos pese, a los que cometen los asesinatos, los atentados suicidas, las violaciones, los genocidios. Si no es capaz de hacer eso nunca será un verdadero reportero. No es un trabajo cómodo y cualquier certeza siempre se encuentra en el filo de la navaja, eso está claro.
Cualquier día es bueno para morir si eres joven. Es la adrenalina del reportaje de acción, de las batallas excitantes. Como los reporteros veteranos dicen “eso es al principio” y “antes”. Con el tiempo, todas esas situaciones violentas curten al periodista. Unos renuncian y se acomodan para, llegado el día, contarle las batallitas a los nietos. A otros, por el contrario, les resulta imposible establecerse en una vida normal, y su única salida para no caer en una inmensa depresión es retomar el camino de vuelta para no “volver nunca”.
Luis Espinal (1932-1980) | Juan Antonio Rodríguez (1953-1989) |
Jordi Pujol Puente (1967-1992) | Luis Valtueña (1965-1997) |
Miguel Gil Moreno (1967-2000) | Julio Fuentes (1954-2001) |
José Luis Perceval (2002) | Julio Anguita Parrado (1971-2003) |
José Couso (1965-2003) | Ricardo Ortega (1966-2004) |
David Beriain (1977-2021) | Roberto Fraile (1974-2021) |