El reloj

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El reloj, en la casa vacía, no se cansa de marcar el tiempo que va pasando como recuerdo de que, todo lo que fue nunca más será…

Pero, la casa grande permanece silenciosa, ordenada, con las cortinas cerradas y el olor a limpio impregnado para siempre en mi memoria. Mismo después de décadas de haber dejado la casa. Mismo después de muchas sesiones de terapia. Está todo ahí, como el cielo que siempre está.

Mi madre escribía poemas después los quemaba. Y cuando yo era aún niña, recuerdo que yo escribí un poema sobre mi madre que decía que, “nunca tuve una madre como las otras madres con su lápiz labial o con delantal, porque mi madre leía el “Correio do Povo”, escribía poesía y jamás cruzaba los brazos en la ventana para ver la vida pasar, tampoco paraba en el portón para hablar con las vecinas en las tardes de verano, pero la vida pasó”.

Ayer mi madre me envió algunas fotos suyas, tomadas está última semana, ella se encuentra en “Viana do Castelo”, una bella ciudad en el norte de Portugal. Me dijo que está segura que me va gustar conocer la ciudad que la cobija en esos días de inicio de primavera en el viejo mundo.

Inmediatamente, mi imaginación me llevó al puerto junto al mar y no estuve segura de caminar sobre sus pasos, empero, ella me mencionó a su abuelo portugués, Manuel Ignacio Alves y el deseo de que yo sepa de dónde él es oriundo. Tal vez, fue un último encargo. Es extraño, tantas veces hablamos sobre el tema y le pedí que busque la documentación de sus abuelos, ella no lo hizo y ahora sabe que ya no habrá ocasión de hacerlo, porque su salud se debilita a cada día y tal vez, ya no regrese a Suramérica, entonces me dice que lo haga.

El reloj no se cansa de marcar el tiempo que va pasando y a cualquier instante mi madre dejará su cuerpo, ahora, débil por el cáncer, para seguir su viaje por la eternidad. Pero ella me enseñó que no hay que hacer escándalo a la hora de la muerte, ni culto a los muertos y mucho menos vestirme de negro… Resumiendo, mi madre no me enseñó rituales. Me viene a la memoria el verso de Jorge Teillier:

Y entre la multitud del día de feria respiro un aire puro libre de cánticos para muertos”.

Hay una larga lista de cosas buenas que ella me enseñó, no estoy segura de haber aprendido todas. Mientras acomodo las flores una a una en el florero, tengo la certeza de que no iré al funeral de mi madre, pienso que tengo mucho que agradecerle y la perdono, la bendigo y la libero.

El reloj no se cansa de marcar el tiempo que va pasando, y, mi madre siempre dijo que el contaje era regresivo; sólo ahora comprendo.