Fotografía: Captura de YouTube
La escena podría haber salido de un capítulo especial de The Crown, versión ibérica: el Vaticano iluminado, el humo del incienso flotando como una niebla moral y, en primera fila de las delegaciones extranjeras, ahí está España. Impecable, reverente, y, cómo no, absolutamente laica. Pero solo en casa. En Roma, somos lo que haga falta.
En medio del solemne teatro litúrgico, una figura destaca por encima del resto: la Reina Letizia, vestida de blanco. No porque le apeteciera parecer una figurante de La Pasión de Cristo, sino porque el protocolo vaticano se lo permite únicamente a las reinas católicas. ¿Pero no era España un Estado aconfesional? Bueno, sí… pero solo de lunes a viernes y fuera del horario del funeral de un Papa.
Y al lado, en perfecta formación: la tropa política. Representantes del PSOE, del PP, de Sumar, incluso alguno que en campaña electoral te jura por Marx que la religión es el opio del pueblo… pero que en cuanto pisa el Vaticano se traga el incienso sin rechistar y adopta cara de monaguillo aplicado. Porque una cosa es predicar la laicidad, y otra es perderse el photocall celestial. La coherencia se deja en Barajas.
Ahí estaban todos: solemnes, tristes, protocolarios… casi parecía que se había muerto un pariente. Y claro, uno no sabe si el luto era por el Papa o por el ridículo institucional que representa todo esto. Un Estado supuestamente laico rindiendo pleitesía a un jefe de Estado religioso, en una ceremonia que mezcla más poder terrenal que metafísica divina. Y todo con una dignidad tal que solo faltaba que alguien gritase: “¡Viva Franco!”
La gran ironía es que muchos de esos políticos que se sentaron como estatuas en San Pedro han defendido con vehemencia la separación Iglesia-Estado… en el Congreso. Pero basta una invitación vaticana para que se les olvide todo lo aprendido en primero de república. Porque claro, la muerte de un Papa es un acontecimiento planetario, y España no puede perder la oportunidad de demostrar que el laicismo es, en el fondo, una camiseta reversible.
¿Y el pueblo español? Ese al que, en teoría, representan. Ese que cada vez pisa menos la iglesia, pero paga su mantenimiento a través de casillas en la renta y acuerdos con el Vaticano que firmó un gobierno socialista. Pues ese pueblo ve la foto y asiente: “normal, es protocolo”. Porque en España el protocolo siempre es la coartada del esperpento.
Así que ahí queda la imagen: la Reina de blanco, los ministros compungidos, el crucifijo brillando bajo las bóvedas vaticanas, y una delegación estatal que se arrodilla (simbólicamente, pero se arrodilla) en nombre de una ciudadanía que se supone libre de dogmas.
Pero bueno, tampoco vamos a escandalizarnos. Al fin y al cabo, España es ese país donde la bandera ondea en los colegios públicos, pero la Virgen del Carmen patronea los barcos del Estado. Somos expertos en convivir con contradicciones. Y si hay que poner cara de devotos en Roma para que no se enfaden en Moncloa ni en la Conferencia Episcopal, pues se pone. Faltaría más. Del preparao mejor ni hablar.
Ángel Fernández.
Nota final (para los que se ofenden fácil): esto no es un ataque a la religión. Es una crítica a la incoherencia institucional. Y a esa increíble habilidad que tiene España de declararse laica en los papeles y papista en las fotos.