Fotografía: Por Ministerio de la Presidencia. Gobierno de España, Attribution, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=64919058
Felipe González, el legendario presidente socialista entre 1982 y 1996, ha lanzado un órdago: no votará al PSOE si Pedro Sánchez repite como candidato en 2027. ¿Por qué? La ley de amnistía —esa que no oculta gratitud a quienes, según González, socavan el Estado de derecho— es para él “una barrabasada”, “una vergüenza” y “corrupción política”.
Bien es sabido que sus reproches tienen tintes éticos, pero también cobijan un trasfondo económico. El expresidente se ha convertido en una figura influyente en el mundo empresarial:
- Presencia en empresas y fundaciones alineadas con el Grupo Prisa, editorial que controla El País —un grupo de comunicación con el que estrechó lazos durante su mandato, favoreciendo licencias educativas como Santillana en Iberoamérica.
- Consejero en organismos y conferencias internacionales, donde tiene acceso a fondos y contactos con multinacionales que pagan bien por una foto, una charla, una firma o una reputación “histórica”.
Esa red de conexiones le garantiza acceso a beneficios privados, consultorías y puestos directivos que solo están al alcance de personajes del establishment político.
El mensaje es claro: sin Felipe en tu esquina, no habrá consenso ni electorado moderado. Y eso que este mismo exlíder socialista también ha clamado por elecciones tras dos años sin Presupuestos, defendiendo la «coherencia política» que él mismo habría socavado al permitir amnistías que favorecen intereses partidistas.
Desde los GAL —un pasado aún sin cerrar y con su huella de “terrorismo de Estado” bajo su gobierno— hasta los casos Filesa y Lasa-Zabala, González siempre se deslindó con un “me enteré por la prensa” , lo que deja un regusto a vieja práctica encubierta, sin consecuencias.
Su denuncia del PSOE actual suena a panfleto moral, pero también funciona como advertencia a Sánchez: “Si no me das voz, yo no te doy votos”. Jiménez Losantos explicaría que se trata de poder vampírico: González absorbe legitimidad de la historia para luego negociar en la sombra, siempre con la economía como rémora, no la ética.
Y ojo, él no ofrece un proyecto alternativo, solo etiquetado “en blanco”. Un voto en blanco lleno de billetes y empresas, que buscan asegurar que la agenda económica permanezca a salvo de populismos.
Felipe González clama hoy contra la corrupción del PSOE, pero su propio legado fue un rastro de tramas investigadas, fondos opacos y privilegios empresariales bajo cuerda. Ahora, su patrimonio moral le sirve para erigirse como árbitro electoral, exigiendo obediencia y animando al PSOE a limpiar su ley.
Que no quiera votar al PSOE no es un dilema ético: es un chantaje disfrazado de dignidad histórica, la carta VIP de un expresidente que sigue acumulando poder —y rédito— dentro y fuera del partido que él ayudó a construir.