Lázaro, ¡ Levántate y Carpe Diem !

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Cuando llegué, las aciculadas hojas del ciprés habían recubierto el panteón familiar. El invierno había sido largo y duro. Rápidamente, desenterré la parte donde se encontraba la placa con el nombre de ella. A la derecha, un tronco de un mal talado árbol, me sirvió para sentarme tranquilamente al lado de su memoria y presencia. Busqué por la gabardina beige el paquete de tabaco, solo quedaban dos pitillos. Unos años antes hubiera mirado alrededor para ver si alguien me veía prender uno de esos cigarrillos, pero a mi edad, la verdad es que todo me daba lo mismo. El viento tenía la suficiente fuerza como para no dejar que del mechero naciera una llama que encendiera el tabaco. Una vez conseguido, la calada profunda me trasportaba a muchos años antes, a esos instantes únicos que solo un verdadero amor te puede regalar, a su dulce voz aflautada, al breve impasse de silencio, al sutil y pueril descubrimiento de dos cuerpos, a los paseos del brazo por la vereda del pueblo extraño.

Recuerdo el día que la conocí, un amigo ya desaparecido me la presentó en un bar del centro con olor a bocadillo de calamar. España era una dictadura y opinar era delito, es más, si hubieran podido inventar una  máquina que registrara los pensamientos, pensar sería el delito mayor. A la pequeña ciudad había venido a trabajar una chica con falda entablada azul y blusa blanca con dos flores rojas en cada pecho, bolso a juego con los zapatos y una boina que la hacía única. Durante horas hablaba de lo que pudo ser y no fue, de un tal Guevara y Fidel que acababan de vencer por medio de una revolución, de sus abuelos fusilados y de un cura mal visto por el obispo por utilizar su iglesia para convocar asambleas que hablaban de derechos sindicales y colectivismo. Todo comenzó ahí, lo demás fue una historia de militancia y de amor que queda en el espacio olvidado de lo clandestino y lo privado.

Cuando el cigarro llegaba a sus últimas apuradas, oí su voz, posiblemente el aire había provocado un remolino entre los cipreses y las mudas lápidas blancas, quién sabe, lo que siempre he tenido presente, es que nadie desaparece mientras se le recuerda, se le quiere, y al final, siempre voy a tener su presencia conmigo. Evidentemente, esto no tiene nada que ver  con las películas, hechas para meter miedo y sin ningún rigor, o esos programas que juegan con los sentimientos más bajos y primarios para subir la audiencia y ganar mucho dinero, simplemente hablo de la conexión eterna con alguien, que la sientes desde la primera vez que la ves y se ancla en lo más profundo del arjéemocional el día que saboreas su primer, caluroso y largo beso.

Salí despacio hacia la cafetaría Altamira, pero decidí no entrar, Urbano estaba en la puerta, no merece la pena decir mucho sobre ese pelele, acaso en otro momento, así que cambié el destino y me dirigí hacia la librería “El cuento de tu vida”, un sitio mágico donde se hacían tertulias y pequeños recitales literarios y musicales. Su dueña, era Lara, una treintañera que había estudiado filosofía en la misma universidad donde había dado clase. Había sido una gran alumna, pero nunca pudo dedicarse a lo que había estudiado, y entre libros, escritores, editores y músicos, había encontrado el sentido a su vida.

-Profesor, ¡qué bueno verle tan temprano!, le hacía más tarde, en el encuentro literario.

-Iba a tomarme un café y echar un rato agradable en el Altamira, pero estaba ahí el elemento ese…

-Urbano. Le interrumpió Lara entre risas algo estridentes.

-Eureka, me repito demasiado. Por cierto, ayer me acabé el último libro que me recomendaste, un poco flojo para mi gusto, demasiado benevolente, la vida no es así, es mucho más ácida, más difícil de vivir, cuando crees que lo tienes todo, siempre pasa algo propio o ajeno que lo estropea, por eso es esencial experimentar.

-¿Qué tipo de experimentos?, respondió Lara un poco contrariada por las palabras de Lázaro.

-Experimentar o vivir cada instante, no esperando a lo que va a pasar después, cada momento pasa y no vuelve a repetirse, ¡Carpe Diem!

-¿No has visto lo que dicen por la tv?, en China están en cuarentena.

-Quedan pocos días para esta especie llamada humano, recuerda estas palabras, a mí me da igual, soy muy mayor, pero tú eres todavía una chavala, no quiero ni pensar lo que te tocará vivir.

-¡Qué positividad!

-Pero tranquila, hasta que llegue ese día, aprovecha cada momento y cuando estés viéndolo con tus propios ojos, disfrútalo, porque han pasado muchas personas pro este planeta, pero solo los dichosos gozarán del final.

Y tarareando“ Ay Carmela” pagué los dos libros de poesía que había encargado días atrás y salí pensando en esa chica con falda entablada azul y blusa blanca con dos flores rojas en cada pecho que esta mañana me dijo a través de un remolino de viento: aquí te espero.

Javier Seijas