«Ushuaia 1998». Kurtz, El corazón de las tinieblas

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Una critica de cine realizada por Tino. De profesión, camionero. Tampoco vive ya en Astorga pero cae por aquí de vez en cuando.

Existe un tipo de personas que por sus cualidades personales – inteligencia, integridad, etc.…- parecen haber nacido para iluminar al mundo con su luz. Con esta luz, tan intensa como la de una estrella, serian capaces de sacar a la humanidad de las tinieblas en las que se encuentra. O al menos eso piensan, ya que esta luz radiante llega a deslúmbrales más a ellos mismos que al resto de los mortales.

Existe otro tipo de personas, los tenderos, que se las arreglan para hacerse pasar por próceres preocupados por el bienestar del prójimo. Estos se suelen rodear de los primeros, no olvidemos “seres excepcionales y héroes al uso”, para que la luz que emiten les haga a ellos más majestuosos y bellos, de igual manera que la luna se disfraza con los rayos del sol. Y así, estos excepcionales seres se sumergen en las tinieblas en busca de la salvación del mundo civilizado, sin darse cuenta – pese a su superior inteligencia –  que están siendo utilizados para satisfacer las ansias de poder de los que dicen ser amigos y protectores.

“Se precisan hombres con moral y que al mismo tiempo sepan utilizar sus instintos   primordiales para matar, sin sentimientos, sin pasión, sin juicio, sin ningún juicio, por qué es el juicio lo que nos derrota”

Y entonces, ocurre la tragedia; lejos del alcance de la mentira del tendero y en el epicentro de las tinieblas se convierte en DIOS. Y como buen dios crea un nuevo sentimiento: El Horror.

Dos de estos seres son retratados por Joseph Conrad y Francis Ford Coppola en sus obras maestras “El corazón de las tinieblas” y “Apocalipse now”. Ambos Kurtz son el producto de dos sociedades, la Europa colonial y el imperialismo norteamericano, que disfrazados de altruistas impulsores de los superiores “valores” de occidente, muestran un afán depredador desbordante y no dudan en lanzar a sus ciudadanos a una espiral de violencia incontrolada, infringiendo un sufrimiento aún mayor en el inventado enemigo.

Pero lo más terrible de todo esto es que Kurtz – el de Conrad y posteriormente el de Coppola – crea una simpatía de elocuencia, de talento, que nos hace sentirnos a todos culpables de cuanto exterminio se haya producido a lo largo de la historia. Como Conrad escribe: “Me gustaría pensar que mi resumen no fuera una palabra de desprecio indiferente. Mejor fue su grito…, mucho mejor”.        

“Entrenamos jóvenes para hacer fuego sobre la gente, pero sus jefes no les dejan poner joder en los aviones por qué es una obscenidad”

Tino, 1998.