Historias de la “Puta Mili”

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Ahora que se cumplen 25 años desde que hice el servicio militar voy a contar varias historias que me pasaron en un mundo que desconocía y con el que nunca más he vuelto a tener contacto.

Corría el año 1991 y todavía estaba estudiando electrónica en el Instituto Ricardo Gullón de Astorga. Como me quedaba bastante para terminar los estudios tuve que pedir un par de prologas, de dos años cada una, por lo que al final me toco ir en 1995 y esto supuso un cúmulo de coincidencias que a continuación os voy a narrar.

En el 95 ya se estaba hablando de hacer el ejército profesional pero todavía existía la mili de remplazo, que ya convivía con soldados profesionales. En Mayo de ese año me toco incorporarme a las Fuerzas Armadas en el arma de Artillería en la Base del Ferral del Bernesga, provincia de León. Antes de entrar en el cuartel conocí a Diego, quien fue uno de mis mejores amigos durante mi servicio a la patria.

El primer mes- era el periodo de instrucción-  en las baterías solo estábamos reclutas acompañados por instructores, soldados veteranos y sus mandos de otras Baterías del acuartelamiento.

Entre pesando unos 75 kg pero en, este mes estresante y caluroso, acabe pesando 67 kg, el día de mi jura.

Un día por la tarde, al terminar la instrucción, nos mandaron limpiar las instalaciones a conciencia. A unos “listillos” se les ocurrió jugar con fuego en los servicios de uno de los dos edificios. Las llamas fueron terribles, pues estábamos usando disolvente y agua fuerte para limpiar, y a pesar de que salieron unas grandes llamaradas por las ventanas con un espeso humo negro no tuvimos que lamentar ninguna desgracia personal. Eso sí, a los responsables se les castigó con tener que pintar toda la nave.

El día de la Jura de Bandera jure en la banda del Cuartel y fue el último día que toqué con ellos, pues al subir a mi nueva batería tenía un puesto incompatible con ello. Ese día fueron a verme mis padres, así como varios de mis amigos más íntimos con los cuales compartí una comida en las inmediaciones del cuartel, acabando ya por la tarde todos en León, visitando el Corte Inglés que ese mismo año habían abierto.

Después del permiso por la jura volví a incorporarme. A continuación  me destinaron a la USAC- batería de servicios- y de allí a la central de teléfonos, donde nos turnábamos de 5 a 8 personas para coger un solo teléfono. Había unas 10 líneas telefónicas; por la mañana aquello era la bomba, teníamos que atender las llamadas, pasarlas a los distintos mandos y dependencias de la base, unas 300 extensiones. Además, también teníamos que llamar a donde nos dijeran los oficiales que querían llamar. Solíamos estar unas dos horas seguidas cada uno. Un par de nosotros por la mañana tenían que ir a cobrar facturas por todas las baterías, de las cuales solo pagaban las personales, las oficiales las firmaban y esas la pagaba el ejército. Tengo que deciros que por aquel entonces no existían los móviles. Entre unas cosas y otras nos sabíamos unos 200 números de memoria, ya fuera de organismos oficiales o números privados de los mandos.

Por la tarde la cosa era más tranquila, la central se abría sobre las 17:00 horas, y entonces cualquier soldado o recluta podían llamar a quien quisiera.

Las tardes y fines de semana solo quedábamos dos personas para atender la central. Parecía que era un poco palo el quedarse en vez de salir a paseo o ir a la taberna a tomarse unas cervezas. La verdad que no estaba nada mal, pues todos los días al acabar teníamos que hacer las cuentas y curiosamente conseguíamos que nos salieran beneficios, unas 2000 pesetas cada día y 3000 pesetas todo el fin de semana que se lo quedaba siempre el más veterano de los dos. Además también dejábamos que los camareros fueran a deshoras, y nos regalaban bocatas y calimocho.

Pero la Central era algo más que eso. Los lunes, bien de madrugaba, siempre teníamos llamadas de soldados que habían perdido el autobús que nos traía los fines de semana desde nuestra casa hasta la Base militar a los cuales les teníamos que decir que se buscaran la vida pues si no estaban a bandera les arrestarían.

Tuve muchas llamadas raras y otras muy ilusionantes. Empezare por las que más nos gustaban. Por las tardes los soldados llamaban a casa o a sus novias, pero también había chicas que llamaban al cuartel para hablar con la gente que había quedado de guardia. E incluso las había que llamaban al tun tun, y esas eran la más interesantes, pues si andabas un poco aguililla podías incluso hasta ligar. Más o menos lo que se hace hoy en día en las redes sociales pero sin foto. Yo conseguí citas con tres chicas: una un día, otra meses más tarde, y la tercera también otros meses después. La primera se llamaba Noemí, la segunda Nuria y la tercera María Petra, y esta fue la que más me interesó.

Un día cualquiera, por la tarde, estando al teléfono me llamaron de un grupo político preguntándome por unas excavaciones que se realizaban dentro del recinto del Acuartelamiento. Pasé la llamada al Cuerpo de Guardia y ellos se encargaron de contestar, pero al día siguiente tuve que ir a contar a mis superiores que había sucedido con la llamada.

Un sábado nos llamó el General que trabajaba en la base pidiendo que fueran a buscarle a León, y la cosa se complicó pues cuando llegaron donde les habían dicho el General no estaba. Empezamos a llamarle a los teléfonos suyos de contacto, a sus casas o allí donde pudiera estar, no fuimos capaces de dar con él. Cinco horas más tarde apareció sin más, y todo se solucionó menos para mí, tuve que volver a ir a declarar.

A partir del mes de Octubre de ese año, cuando llegábamos al cuartel en vehículos estos eran inspeccionados por el cuerpo de guardia de la puerta del Acuartelamiento. Les pasaban un espejo por debajo del coche o del bus. Como si estuvieran buscando algo, pero nadie sabía el que.

Además de ser un soldadito, también intentaba continuar con mi vida como civil. Un día me avisaron de un curso de monitor de tiempo libre en un pueblecito de Valladolid, que coincidía con parte de las navidades. Como estaba interesado en hacerlo fui a pedir permiso a mi oficial para poder apuntarme. En aquel momento era el Teniente Ovidio, y él sin más me autorizó a hacerlo. Pero llegado el momento de conseguir los días volví a acercarme por las oficinas de la USAC para que me firmaran el permiso. El oficial jefe de la batería había cambiado: ahora era el Capitán Caamaño, le volví a explicar la situación y que el Teniente me había dicho que sí. Pero todo cambió: no me autorizó el permiso pues en la época de navidad estaban prohibidos los permisos extraordinarios y de sugirió una idea: “que me buscara la vida”. Eso fue lo que hice. Sin pensarlo dos veces me encaminé hacia el oficial de mi dependencia, que era el Capitán Simo, le expuse mi situación y me firmó la autorización. Horas más tarde, después de haber vuelto a dejar la autorización del permiso concedido en la batería fui llamado para hablar con el Capitán Caamaño, donde me dijo que le quería engañar. Yo le contesté “no mi Capitán, no le quiero engañar, usted me dijo que me buscara la vida y eso fue lo que hice, como no me quería firmar la autorización, fui a hablar con el Capitán Simo, que es el Jefe de mi sección telefónica, y él si me firmó el permiso”, a lo cual él no me pudo rebatir nada, y tuvo que autorizarlo.

El 22 de diciembre de 1995, esperando el autobús que nos llevaba a casa cada fin de semana para pasar la Noche Nueva y después ir a hacer el curso de monitor, se me ocurrió entrar a la central de teléfonos para hacer tiempo, pues estaba demorando mucho la salida de los diferentes autobuses. Justo cuando estaba con mis compañeros que les tocaba quedarse el fin de semana sonó el teléfono de la central. Sin más, como otras veces, cogí el auricular y conteste.

– ¿Cuartel del Ferral, Dígame?

– Por favor, póngame con el capitán del cuerpo de guardia, ha habido un atentado en León y han asesinado al Teniente Coronel Cortizo.

Reaccioné automáticamente como había hecho cientos de veces.

– A la orden, un momento que le paso con el oficial del cuerpo de guardia.

Marqué la extensión del cuerpo de Guardia.

– Por favor, con el oficial de guardia.

– De parte de quien-, me contestaron.

– De la Central de teléfonos.

– Un momento, le pongo con el capitán.

– Si, central dígame-, me dijo el capitán.

– Mi capitán, tengo una llamada desde León preguntando por usted, me dicen que ha habido un atentado en León, el Teniente Coronel Cortizo está muerto. Mi capitán, le paso la llamada.

Y así fue como nos enteramos en el cuartel del único atentado que ha habido en León en la democracia. Cuando pasó el tiempo llego a nuestros oídos que el Teniente Coronel había estado los últimos tres meses antes del atentado moviéndose por León con un coche oficial y que aquella fatídica mañana, cuando comenzaban las vacaciones de navidad, había subido con el vehículo oficial desde León hasta el cuartel a buscar su coche particular, luego había bajado a buscar a su hija a la capital y justo en el momento que la dejó cerca de la Basílica de San Isidoro fue donde explotó su propio coche. Por lo cual los rumores fueron que la bomba se podía haber puesto dentro de la Base del Acuartelamiento.

Al regresar de las largas vacaciones, volví al acuartelamiento para los dos últimos meses de servicio militar. Me encontré varias sorpresas. La primera, fue que cuando no dormía en la central de teléfonos tenía que dormir en la batería. Naturalmente ese día me encontré por primera vez a los tres compañeros de camareta, que nunca los había visto en mis meses en la batería (la camareta consistía en dos literas para un total de cuatro personas). Ellos me contaron que habían salido de la cárcel del cuartel. Uno cumpliendo condena, porque antes de venir a hacer la mili había atracado varias gasolineras en la provincia de León; otro estaba arrestado por insubordinación y enfrentamiento con los mandos, y el tercero había vendido toda la ropa de militar, huido de la base y arrestado en León en pésimas condiciones. Bueno, puedo decir que no eran unos angelitos. Pero en el mes largo que conviví con ellos me trataron normal, yo tenía muchos más conocidos en las otras camaretas con los que pasaba el tiempo muerto.

Ya solo quedaba el día que nos daban la “Blanca”, e irme para casa a continuar con la vida civil. Pero hasta ese mismo día paso algo: como llovía, nos llevaron al Hogar del soldado, que es una de las instalaciones que dependía de nuestra batería de servicios, y justo cuando el Capitán Caamaño nos estaba dando la “chapa” de lo que suponía haber hecho el servicio militar, los dos que estaban delante de mí se pusieron a hablar en plena formación: les cayó una semanita extra, para que siguieran hablando una semana más.

Nueve meses cumpliendo con la patria. No sé si fue provechoso o una pérdida de tiempo, me quedo con las cosas vividas y la gente que conocí.

Carlos López Blanco