China: enriquecerse es glorioso

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Durante un viaje por los cuatro grandes dragones rojos –Beijing, Shanghai, Guangzhou  y Hong Kong- se pueden extraer una serie de imágenes que nos pueden servir de reflexión para hacernos una idea de lo que hay detrás de esta inmensa nación.     

Durante siglos, China fue un país voluntariamente aislada del mundo occidental. Solo a partir del siglo XVIII, bajo la presión de los británicos, las fronteras de China comenzaron a abrirse a la entrada del comercio europeo. Lo que paso posteriormente es de sobra conocido por todos: la colonización, los nacionalismos, la frustrada modernización, la invasión japonesa, la guerra civil, el triunfo de Mao, el paso hacia delante de Deng Xiaoping, el capitalismo dentro de un estado comunista y la “ya” clara hegemonía mundial.

El ejercito chino desfilando a la entrada de la Ciudad Prohibida (Beijing)

Beijing ya no es la ciudad que un viajero quisiera encontrar. Exceptuando la ciudad prohibida, los Hutongs – barrios tradicionales- y algún que otro templo, Beijing se ha convertido en una de las ciudades más modernas del mundo. La antigua Pekín ya no existe, como tampoco existe la Shanghai colonizada por los británicos, ni el Hong Kong de los Juncos, ni la fascinante Cantón, convertida ahora en la conurbación más grande de la Tierra, con 46.900. 000 habitantes, si se cuenta junto a su área metropolitana, a los suburbios de la zona del delta del río de las Perlas.     

El surgimiento de estas grandes urbes se ha desarrollado unísonamente a la desaparición de la palabra, casi religiosa, Tóngzhì 同志 (“ camarada”). El mercado libre se ha impuesto bajo un estricto control estatal. Millones de cámaras vigilan a los ciudadanos. Las reconstrucciones y el control facial se imponen poco a poco. El carnet por puntos del “buen ciudadano” es ya una realidad.

La matanza de Tiananmen supuso el fin de cualquier tipo de reivindicación democrática en China. La sangre derramada de miles de estudiantes durante la noche del 3 de junio de 1989 ya esta coagulada en las mentes dóciles de millones de chinos. China es hoy ya un inmenso mercado con una única consigna, “enriquecerse es glorioso”. Lo que muchos medios informativos económicos predecían que se iba a producir en décadas, solo ha necesitado unos pocos años para que el gigante asiático domine los mercados del planeta.

Todo ello ha traído un cambio radical en la sociedad china, y las grandes urbes son un fiel reflejo de esa situación. El gusto por la moda ha invadido todos los centros comerciales; los deportivos, las marcas de lujo, van ahora de la mano de la corrupción, la prostitución y las drogas. Y si hay una cosa que destaca por encima de todas es la arrogancia de “los nuevos ricos”. Para esta nueva especie humana no existen límites ni formas.

A todo esto, los medios económicos le llamarón en su momento (con muy poca originalidad) el “Milagro Chino”. Lo cierto es que quien haya viajado a China se ha encontrado con un experimento de laboratorio económico y social difícil de clasificar. Ni es capitalismo ni comunismo. Más bien es la síntesis de mezclar ambas corrientes: un capitalismo liberal salvaje bajo un estricto control por parte del único partido político que controla la administración del estado, el PCC (Partido comunista chino). De la noche a la mañana se ha llevado a cabo la trasformación de una nación como nunca ha ocurrido en la historia. Y esto tiene sus consecuencias.

Durante los últimos años China ha dominado el mercado comercial mundial gracias a una mano de obra barata y a unos productos de dudosa “calidad”. Cuando este mercado ha decaído por causa de las sucesivas crisis, China ha mirado hacia su interior. Con increíbles sumas de liquidez, y a pesar de la dificultad que supone alimentar a más de 1.300 millones de habitantes, la evolución hacia una economía consumista ha sido imparable.

La construcción de ciudades con las últimas tecnologías, edificios que marcan records mundiales, infraestructuras internas en claro apogeo y productos que actualmente nada tienen que envidiar a los de potencias como Japón, EUUU o Alemania, han posicionado a China como primera potencia mundial mucho antes de lo que muchos economistas pronosticaban. Si a todo esto le añadimos la pandemia del coronavirus, de la que el país asiático ha salido prácticamente indemne, podemos vislumbrar definitivamente lo que deparará el futuro a los ciudadanos chinos, y al planeta en general.

Tren de levitación magnética en Shanghai

No todo son malas noticias, o si.

Es posible que el PCC quiera controlar minuciosamente al ciudadano. Sin embargo, la propia prosperidad económica del país va a hacer posible que cada vez haya más casos de disidencia y de inconformismo con la forma de gobierno autoritaria que impera en el país.

Recuerdo que en mi viaje a China vislumbre como en Beijing comenzaba un movimiento cultural lleno de mestizaje, sincretismo y tolerancia que aunque fuera permitido por no atacar los pilares del régimen, denotaba que las cosas iban a cambiar con el tiempo.

El arte subversivo con el pasado

Los artistas han aprendido a utilizar los elementos que tienen a la vista saltándose en muchas ocasiones la censura imperante: el consumismo, la carrera por enriquecerse, las nuevas herramientas tecnológicas, son utilizadas para crear una caricatura de la propia nación.

Al mismo tiempo que la economía del país se expande de manera desmesurada, surgen corrientes artísticas que reflejan el universo de marginación y los nuevos valores que estrangulan a la sociedad china.

En China, ser políticamente subversivo te puede llevar a la cárcel, pero los que se limitan a subvertir la cultura llegan a ser tolerados, o al menos ignorados. Siempre y cuando no te metas con el funcionamiento del partido, sus líderes, y las leyes clásicas que emanan de una tradición cuasi feudalista, puedes tener tu espacio en este sistema. Este tipo de cultura “gris”, donde nada es blanco o negro, sobrevive evitando la confrontación directa. Hay que utilizar la sutileza para infiltrarse en el sistema.

Tiananmen supuso la muerte de los románticos de la democracia y el principio del pragmatismo cultural. Lejos quedaron los anhelos por una sociedad más justa y por lograr un gobierno donde se diera realmente una división de poderes. La libertad de expresión y la necesidad de trasparencia han sido definitivamente borradas del imaginario chino. Lo que se ha impuesto sobre encima de cualquier ideal es la cultura urbana, con expresiones más individualistas y, en definitiva, más directas en pro del denominador común en Asia: el individualismo. En muchas de las conversaciones que mantuve durante mi viaje a China siempre surgía la pregunta – ante el avance económico del país- , si la dirección tomada no sería la más aconsejable en una región de tales dimensiones.  

Lo tradicional y lo moderno se mezclan en Shanghai

Hong Kong y la pandemia

La misma sensación que tuve cuando llegue por primera vez a Japón la sentí el día que me baje de un autobús en Kowloon, la arteria comercial de la ciudad con mayor densidad de población del mundo. Hong Kong es occidente en Asia.

Años después de que Reino Unido cediera estos territorios a China, la ciudad se ha convertido en el último bastión infranqueable para el gobierno de Pekín. Hong Kong  se ha convertido en un símbolo de la defensa de la democracia.

En 2019 comenzaron Las movilizaciones a modo de protesta contra el proyecto de una reforma de la Ley de Extradición, que proponía que China pudiese juzgar a delincuentes hongkoneses. Los hongkoneses sabían que el motivo no era detener a delincuentes. El único fin de esta ley era capturar a disidentes comunistas o personas contrarias al régimen al acusarlas de cualquier delito. Lo que la China continental pretendía, y pretende, es hacerse con el control gubernamental del único territorio de ese país donde todavía existen derechos fundamentales que protegen la libertad de los ciudadanos. Hong Kong es para China una “china en el zapato”.

Una imagen nocturna de Hong Kong

Un país, dos sistemas. O este era el dilema hasta ahora. La preocupación de los hongkoneses se acentúa por el miedo a la desaparición de su Constitución, según augura el acuerdo alcanzado en 1997 entre el Reino Unido y la República Popular China.

Reflexionaba un periodista a principios de 2020 de la siguiente manera: «Beijing tiene muchos frentes abiertos ahora mismo: la desaceleración de su economía, la guerra comercial con Estados Unidos… Pero no creo que deje escalar la situación en Hong Kong mucho más”.

De momento, gracias a la pandemia originada en Wuhan, las protestas se han silenciado. Pocos medios se atreven a predecir cuál será el futuro de Hong Kong, y casi ninguno habla de la situación actual en la antigua colonia Británica.

Lo que nos ha enseñado esta pandemia en Hong Kong, y en otros muchos lugares del planeta – desde América Latina hasta Oriente Medio y Asia- , es que la tensión estaba rozando límites extremos en 2019. Las protestas sociales han sido casi constantes en todo el mundo por la instauración de leyes discriminatorias o por el recorte de los subsidios sociales. Irán, Chile, Colombia, Zimbabue, Argelia, Haití, Puerto Rico, Papúa, Honduras, Francia, Irak, Ecuador, Líbano. EEUU, Bolivia,  Malta, Rusia,.. son algunos de los lugares donde las movilizaciones estaban en pleno auge en el momento de la irrupción del coronavirus.

Kowloon, el distrito comercial de Hong Kong

En pleno siglo XXI, pensar que todo esto ha sido una casualidad sería un insulto a la inteligencia. De golpe y porrazo se han conseguido silenciar estos movimientos sociales instaurando el miedo como referencia.

Como sociedad tenemos el deber de buscar cauces para que todas estas reivindicaciones no caigan en saco roto. De lo contrario, no buscar la verdad comprometería el futuro de las generaciones que están viviendo la liquidación de la libertad individual, la misma libertad de la que hemos disfrutado los que hemos tenido la opción de decidir lo que queríamos hacer con nuestra vida. Tomar aptitudes sumisas ante lo que se nos avecina no es más que un síntoma de cobardía y aceptación de reglas que se contraponen a la verdadera esencia del ser humano.

Al menos, démonos la oportunidad de reflexionar sobre ello.

Fotos y texto: Ángel Fernández.