La microficción como espacio de denuncia social

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El conjunto de obras diversas cuya principal característica es la brevedad de su contenido escrito en prosa, de naturaleza narrativa y ficcional que, usando un lenguaje preciso y escueto se sirve de la elipsis para contar una historia a un lector activo, es conocida como cuento brevísimo, microcuento, microrrelato, microficción y minicuento, entre otros.

La escritura de las obras mencionadas, cabe en el espacio de una página, pues debe abarcar el máximo de 250 palabras. Haciendo que la microficción sea un momento, un instante de quien narra y en la brevedad establece la precisión de lo que ha decidido contar.

Para David Lagmanovich, los cambios culturales de la modernidad propician, junto a otras innovaciones en otros campos, el surgimiento de las narrativas mínimas, que cumplen con todos los roles de la literatura incluyendo la literatura de denuncia social; que es de suma importancia para la humanidad, ya que ofrece, un análisis crítico de su época y la convierte en un disparador de la reflexión acerca de la sociedad plagada de desigualdades en que vivimos.

La literatura como instrumento de denuncia social, logra revelar los problemas endémicos de una sociedad que se disfraza de correcta, moral y ecuánime.

Desde la perspectiva de la literatura latinoamericana de denuncia social, el papel del intelectual no solo implica un interés por evidenciar una serie de problemas que aquejan la sociedad, como también su creatividad al poner en relieve tan escabrosas situaciones.

La temática merece un estudio exhaustivo ya que son muchos los escritores microficcionistas que utilizan sus letras como instrumento de denuncia social, empero citaré dos ejemplos:

La literatura urbana en Latinoamérica, pasa necesariamente, por los espacios de pobreza, en que sus habitantes están condenados a vivir en un permanente contexto de necesidades insatisfechas, exclusión y precariedad… En una lucha constante por la sobrevivencia que ineluctablemente consume todas las posibilidades de ser feliz en el presente y compromete de manera poco optimista el futuro.

Estas situaciones sociales heterogéneas, en países conformados por contrastes brutales, abren espacios para la delincuencia, que es vista, por los marginados, como la posibilidad de ascenso social rápido, o la fórmula mágica para dejar la pobreza y la carencia en el pasado.

Angélica Villalba Cárdenas, escritora colombiana, sensibilizada por el mundo caótico, cementado en las desigualdades, registra la soledad y la violencia del ámbito urbano, desde la mirada humana que la caracteriza: “Break El man era todo alzado y me lo bajé. La embarrada es que el muñeco quedó en plena calle y la sapa de la Miriam gritó re duro. Los tombos del CAI se la pillaron, pero no me voy a dejar agarrar porque ni loco vuelvo a la cárcel.

Corro y corro, sin mirar pa’ atrás, aunque aún escucho los alaridos de la cucha Miriam y las sirenas de la patrulla.

De pronto, tras dejar botados a los tombos, lo único que veo, rodeada de gente, es una tarima. En ella están mis ex parceros del parche de rap. Mi salvación.

─ ¿Sigue en la mala, güevón? ─me dice Álex.

─No, para nada, parce. ¿Me deja trepar?

─ Hágale.

Saludo a los demás bailarines y comienzo la función. Siento como mi cuerpo se mueve al ritmo de la música mientras me pierdo entre las rimas.

Un tiro al aire, los bailarines saltan de la tarima y yo solo sigo bailando, como un güevón.”

La desigualdad de género es tan profunda en nuestra sociedad, que llega al punto de que ciertos individuos del sexo masculino, cegados por su sexismo, no logran asimilar la gravedad de los hechos violentos cuando esos son propinados en contra de una mujer, más aún si se trata de “su mujer”, porque hasta en la forma de hablar, el patriarcado recalcitrante, se hace presente; y la mujer es vista como un objeto o una pertenencia más del hombre.

En pleno siglo XXI, cuando los avances tecnológicos y científicos aumentan cada día, las nuevas tecnologías son de amplio espectro y transcendentales por su potencial de transformación, aún existen hombres en un nivel de barbarie y primitivismo, que no logran relacionarse con las mujeres e infantes en condiciones de respecto e igualdad.

En el planeta entero los derechos humanos de las mujeres y niñas son vulnerados constantemente, porque la inequidad de género prevalece en las relaciones humanas, sin importar el sufrimiento que es impuesto al otro. Todos los días, en todas las horas del día, las mujeres y niñas son víctimas de violencia machista en algún lugar del mundo, solo por el hecho de ser mujeres.

Camilo Montesinos Guerra, escritor chileno, registra con su pluma dolorosa y realista:

“Biografía inconclusa

Nació el 4 de octubre del 2007, cursa cuarto básico y le gusta el deporte.

Murió un viernes de abril del 2015. El viernes

siguiente murió otra vez, y al siguiente viernes lo

mismo.

Y así muere cada viernes, cuando el padrastro

abre la puerta de la pequeña habitación y apaga

la luz.”

Es esa escalofriante realidad, donde la mujer se encuentra supeditada al deseo y control masculino y sometida por la violencia, que el escritor retrata, a través del microcuento:

Veinte golpes de amor y una mujer desesperada

«Puedo escribirte las amenazas más tristes esta

noche, escribir, por ejemplo, mi puño está cerrado y tiritan azules tus ojos a lo lejos», expresó

alardeando de sus talentos poéticos.”

Así, el microrrelato, tan escueto y como cualquier otro género literario, sirve de espacio de denuncia social y trata, a través de sus escritores, de despertar la sociedad de las taras a que está sometida. Un triunfo más de la minificción en el mundo plagado de mediocridad y de dolor.