Hay un estadio de preguerra…

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… por las esquinas de cualquier calle de cualquier ciudad. Y la paz es solamente un interludio, un pequeño respiro que posterga la imparable catarata de lo que ha de ser y será.

“La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia adelante”, palabras de un tal Kierkegaard en una situación no muy diferente a la que estamos viviendo en este momento. Tan cierto como que nuestra vida se acorta a causa de nuestra ignorancia. ¿Cuánto más deberemos de aguantar? ¿Otro mes? ¿Tres meses? ¿Un año?

¿Qué queréis de nosotros? Lo hemos dado todo, nos duelen las piernas. No hay discusión posible, la libertad ha desaparecido de un plumazo. Que esto no se entienda como una sentencia ni como una afirmación trasnochada (que puede que lo sea), sino como la opinión de un ciudadano, una ciudadanía, hastiada de tanta doble moral, de tanta pandemia inducida. A nadie puede extrañar una realidad de un poder sumiso ante las patentes de las grandes farmacéuticas, de unos ciudadanos que caminan como ovejas hacia el matadero. Todo esto es el vivo reflejo de una época que necesita ser contestada firmemente para que por fin consigamos construir tiempos mejores. Las vacunas, el negocio, las mentiras. No somos delincuentes, y tenemos algo que decir. Nos gusta pasar las páginas de los libros y odiamos los reality show. Olemos el aroma del barro después de unos instantes de lluvia sin necesidad de apostar en Sportium, capullos. Sois toda una gran familia de mafiosos con intereses encontrados y supeditados con un mismo fin, sí, usuarios y arquitectos de la gran farsa del nuevo siglo.

Solo queremos respirar y querer a quien tenemos a nuestro lado, y todo eso lo estáis destruyendo, con vuestra indiferencia y soberbia, con vuestra y nuestra sumisión. No hablo de teorías de la conspiración ni de afirmaciones banales sobre el sinsentido de la complicidad de todos nosotros. Lo reconozco, ya no fumamos, ni bebemos, ni trasnochamos, ni nos drogamos, de sexo la mano derecha, la televisión para todos vosotros, tampoco os miramos mal, ni os evitamos, quizá ya no creemos en nada, escuchamos a las personas mucho, somos tolerantes, pero tampoco os entendemos. No sé que más necesitáis.

Aún así, seguiremos luchando para que cuando lleguemos a casa a la hora establecida, apaguemos todas las televisiones y así nos permitáis (gracias) sumergirnos en una locura que sutilmente habéis creado en nuestras pobres mentes. Chapeau.  

Domingo Suárez