Un circo donde pagan los payasos

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«Pan y circo», como decían los romanos: «Pan y toros», según otros o, tal vez de forma más actual, «pan y fútbol».

Con la situación actual que estamos viviendo cualquiera de nosotros puede pensar que lo más urgente es solucionar los problemas económicos que están sacudiendo de manera terrible a una gran parte de la sociedad. También podríamos pensar que se requiere con urgencia la recuperación de la cultura ciudadana y enfocar todos nuestros esfuerzos en dotar a la educación, la sanidad y a la protección social  con los mejores medios disponibles. Sin embargo, en esta sociedad manipulada por los grades grupos económicos y mediáticos, las prioridades son otras. Una de ellas es ese “negocio” llamado Futbol.

Como decía Karl Popper, “la verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimiento, sino la negativa a adquirirlo”. Y parece ser que esta es una de las premisas que mueve hoy en día millones de conciencias.  Para que la gente viva anestesiada y no se rebele, para que seamos serviles hacia un poder económico, político y administrativo, solo es necesario que la pelota entre en juego.

Como dicen estos manipuladores, de lo que se trata es de «fortalecer el espíritu colectivo». Mientras estos divos del negocio pelotero comen en vajillas de plata y se desplazan en aviones privados, los payasos del circo se dedican a pagar los platos rotos del banquete. Ya se sabe que “los caminos del poder son inescrutables”, y que la necedad siempre ha estado reñida con la necesidad.   

En realidad lo que se esconde detrás de todo esto es un problema de valores. Lo que ostenta este mal llamado deporte es un auténtico caudillaje. El poder corrompe; el poder absoluto del futbol corrompe absolutamente. Por eso no es casual que sea así, que todo lo que rodea este circo este lleno de basura.

Hubo un tiempo en el que el fútbol todavía era un deporte o algo parecido. Luego pasó a ser otra cosa. Y desde entonces ya nada se rige por la cordura y los principios. En aquellos tiempos hasta distraía y nos ayudaba a llevar mejor la mediocridad de las clases dirigentes. Aquella pequeña esperanza llenaba los estadios y satisfacía los pequeños deseos de unos aficionados que solo tenían la tarde del domingo para poder descansar de toda una semana de duro trabajo. Cuánta razón tenía aquel que dijo que “no la va a reconocer ni la madre que la parió». Creo que se refería a España pero, visto lo visto, me atrevo a aventurar que hablaba del futbol cuando, personajes como Jesús Gil, un tal Núñez o el señor Florentino Pérez, empezaron a meter sus zarpas en un entretenimiento donde existían deportistas y aficionados.

Ahora todo eso se ha convertido en un circo en toda regla, con sus fondos de inversión, sus empresarios, sus futbolistas multimillonarios y sus payasos, ósea, nosotros, los que pagamos los platos rotos.

Ángel Fernández