Inventar el verano

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Quizá la calma, aunque no siempre fue así. Para que el mar nos llamara con sus luces brillantes y un cuerpo no trajera la belleza, el mundo y la sutiliza de las fotografías tuvieron que dar muchas vueltas.

Cuando la naturaleza se convierte en paisaje y el verano no es sólo una estación, sino un espacio donde hay que abrirse paso. El cielo se funde de día sobre nuestras cabezas. Todos estamos a la espera de esa sustancia caliente que es más que una estación en el calendario.

Todo el espacio se escribe a través de la memoria, pero en verano la memoria se pierde en toneladas de luz. Una mirada se convierte en pintura, la realidad es “lo que se ve”, nada de “lo que es”. Es imposible que puedas dejar las cosas para mañana. La luz y las cosas ya no serán igual mañana. Como le sucedió a los primeros impresionistas –abandonar las sombras del estudio- nos toca inventar un verano nuevo, abrir de par en par las puertas para dejar entrar una luz más que nunca necesaria.

Para atrapar el calor y convertirnos en los propios actores del verano reinventado necesitamos descongelarnos para así dilatar un poco nuestros sentimientos, tanto tiempo atrapados en un absurdo distanciamiento. Sobre esperanzas falsas de marionetas administrativas, debemos demostrar nuestro deseo de superar unos meses horrorosos en lo humano, atípicos en lo cotidiano, y llenos de incertidumbre sobre lo que vendrá.

En verano, contrariamente a lo que siempre sucedía, la creación artística será más fácil gracias a un sol que quemara los discos duros de los servidores, un sol más brillante y cautivador que las putas pantallas de televisión en las que nos ha sumido esta loca pandemia. Los tertulianos desaparecerán como el sol en el horizonte, nadie apostara su poco sustento en salones de juego virtuales. Seremos nosotros y el sol, nosotros y las noches cálidas. La luna llena sobre nuestras cabezas y el cantar de los grillos sustituirán las pastillas para dormir. Todas esas copas y cenas pendientes se dilatarán en la noche entre palabras entrecortadas por el silencio de la prudencia.  

De lo contrario, nada habremos aprendido.

Cuando llegue el verano.